That image

Está sonando Apocalyptica en mi reproductor de Grooveshark. Está sonando Apocalyptica, con "Farewell". Y no he podido resistirme a publicar este relato corto, titulado "That image". Está sonando "Farewell", y supongo que es exactamente lo apropiado para este texto, este trocito revelado de mi alma. Disfrutadlo.






Por cierto, "that image" es esta imagen:
(Encontrada como "Caress", de Luis Royo)








Image. It was an image. Only a simple image, you would say. Beautiful, and that's all. But it's such a great image. Colorful, with a lot of details. Set in a faded, diffused landscape. I loved it since the first time I saw it.

And when I saw it, I have to say, it captivated me. It was a moment imprisoned forever, captured in such a glorious way that you can feel its energy: that love, that raw passion which wasn't created to have limits, to being tamed. It has such a ferocity, such a strength as no one has ever seen before.

Sí, como nunca nadie había visto antes.

It talk about a never-ending love, a love which was able to survive every thing which was put between them. And a love which had, at least, overcome, succeed, over all obstacles. Hablaba de una historia de desesperación, de ese amor que finalmente había triunfado sobre todas las cosas pero que había estado a punto de no hacerlo, a punto de tirar la toalla y desistir.

Era una bella imagen. Tenía una innegable historia detrás, una que no podía ser obviada, despreciada, relegada; una que no podía ser de ninguna manera no tenida en cuenta, no si se quería entender la imagen, no, si se quería ver todo en conjunto, y acceder a sus profundidades, más allá del color y de la propia imagen en sí, más allá de las posturas y de la delicada forma en la que había sido cuidado cada detalle. Era precioso, sublime, magnífico. Grandioso.

Era ese amor —ese mismo amor— que había inspirado las más bellas y elaboradas composiciones, las más desgarradoras y autodestructivas, enrabietadas creaciones. Era ese amor por el que habían suspirado miles de almas en sus corazones, ese amor que arrasaba con todo, ese amor que llegaba como un vendaval sin control y que dejaba un erial detrás, un erial en el que no creía nada de nuevo sin que ese amor estuviera presente. Un amor que era destructivo de tal poder que tenía, un amor al que no se le podía comparar ningún otro. Un amor que era tan grande, tan fuerte, tan poderoso, que ya no era amor, simplemente. Un amor que era otra cosa, algo más, algo que no podía ser descrito en su totalidad.

Como digo, era —es— una bella imagen.

Era una imagen que me evocaba, me traía a la memoria, otros tiempos, otras épocas. Una imagen que iba enlazada con una historia detrás, pero una historia que no estaba escrita, una historia que podía escribirse tantas veces como se quisiera. Una historia que podía plantearse desde las más opuestas y contradictorias, casi, perspectivas. Una historia que encerraría una magia sutil pero preciosamente intrigante, que tendría ese algo que te haría suspirar e imaginar mil modos distintos de enfocarla cada vez.

Era una imagen que, ciertamente, había inspirado una historia. Una gran historia que se desarrollaba alrededor de un pequeño momento, alrededor de ese mismo momento aprisionado en la imagen. Era una historia bella para una imagen bella. Era una historia cuidada al más mínimo detalle, en la que se había puesto toda la dedicación del mundo, para una imagen también cuidada hasta el más mínimo detalle, hasta la más ínfima y sutil característica. Hasta la más pequeña y, creída como inapreciable a simple vista, característica.

Era una historia preciosa, una historia que me había cautivado de la misma forma en la que me había cautivada la imagen. O quizá, quizá más, quizá más fuerte. Me encantó. Amé esa historia. Una historia que desearía con toda mi alma poder recordar hasta el más pequeño, que no por ello poco importante, detalle.

Era una historia que se había expuesto con un telón de fondo magnífico, en un telón de fondo que añoro. Una historia expuesta en un lugar, pero no en un lugar cualquiera. En ese lugar. Ese lugar que había acabado siendo como mi otro hogar lejos del hogar, mi otra casa donde refugiarme, mi otro refugio, mi otro... todo.

Ese lugar que había sido como una segunda casa, un segundo hogar, en un período de tiempo del que nunca quise —quiero— contar su duración. Durante un período de tiempo que había sido como el paraíso en la tierra, como el cielo mismo. Y un lugar que había sido mi casa, en el que había empezado a forjar mi propia forma de hacer las cosas, mi propio sello personal. Un lugar que me había dado más de lo que nunca habría esperado, más de lo que nunca había soñado, esperado o anhelado que podía serme dado. Era un lugar que siempre iría, irá, atado a mi corazón con una cadena irrompible de sentimientos, de vivencias, de momentos que atesoro dentro de mi alma. Era el lugar, pero sobre todo, eran las personas.

Esas personas a las que llegué a considerar familia, esas con las que me había sentido arropada a un nivel que nunca pude encontrar, que nunca he podido encontrar, en ningún otro sitio. Personas que entendían mi talento, que entendían lo que esto conllevaba, lo que traía consigo; que entendían esas necesidades arraigadas que se desarrollaban dentro del corazón y del alma, necesidades que no podían ser ignoradas por mucho tiempo. Necesidades que provenían de ese mismo talento. Lo entendían, porque eran personas que compartían mi talento. Personas con las que la comprensión llegaba a un nivel más profundo que con cualquier otras. Era algo inexplicable, en cierto modo. Pero yo lo sentía así.

Y esos talentos, ésos talentos que se iban desarrollando como a fuego lento, que se compartían, que se entendían mutuamente, que coexistían y se iban desengranando, desenredando, poco a poco. Talentos que creaban formas nuevas, giros y nombres nuevos, historias nuevas.

Historias nuevas en las que se ponía un trocito, un cachito de alma cada vez que se escribían, cada vez que se mostraban, cada vez que se compartían. Historias que compartías, con regocijo, como si fueran tu nuevo bebé, un bebé recién creado, recién nacido, en las fases tempranas de desarrollo. Historias que eran una parte de ti que no podías negar, eran algo que se volvía una obsesión, una fuente de desesperación, de inquietud y de alegría, de felicidad.

Era algo frágil, que podía escapársete entre los dedos casi sin saberlo, sin que te dieras cuenta, algo que podía perder la inspiración que le daba vida. Y era algo que ibas construyendo poco a poco, juntando letras, palabras, frases, oraciones... Ibas construyéndolo poco a poco, juntando las piezas, haciéndolas encajar con cuidado, de forma precisa, para que todo cobrara finalmente un sentido único, para al final lograr transmitir lo que acechaba en tu mente, asomándose al mundo, deseoso de ser compartido con el resto de las personas.

Echo de menos esa sensación. Esa sensación de pertenencia a un lugar, pero no a cualquier lugar, sino a un lugar como ése, a ese tipo de lugar sobre el que ya he hablado. Lo he hecho de menos, sinceramente. A veces lo hecho tanto de menos que es como si me faltara algo irremediablemente, algo que no puedo suplir de ninguna otra manera. Hay veces que echo tanto de menos pertenecer a un lugar como ése, que mi única salida es pasar a otra cosa, despejar mi mente de los fantasmas que la acechan, o dar rienda suelta a mis creaciones en un lugar donde alguien, quizá, las lea, donde quizá, algún comentario o alguna crítica pueda suplir ese vacío.

Como ya he dicho, no era simplemente una imagen. Oh, no.

Y yo estaba ahí, mirando, buscando cualquier cosa sin importancia, y me encontré de nuevo, me reencontré, con esa imagen. Esa imagen que me evoca tantas cosas, que me trae tantos recuerdos, recuerdos teñidos de un fondo gris con sabor dulce. Esa imagen que me trae sensaciones de otro tiempo, otro lugar, otra época.

Y de repente me encontré hablando del pasado, del pasado que ayer fue y que hoy no volverá. Recordando las cosas que eran, las que ya no son. Y una imagen, ésa imagen en la retina, que no se despega de donde se ha quedado aprisionada. Esa imagen. Y tantas otras.

But... that image. Oh, that image.

Comentarios