Citando a...

Brian Aldiss 

Entre las leyes que podemos deducir del mundo externo, una destaca sobre las demás: la Ley de la Transitoriedad. Nada está destinado a perdurar. 

Año tras año los árboles caen, las montañas se derrumban, las galaxias se extinguen como velas de sebo. Nada está destinado a durar salvo el Tiempo. El manto del universo se desgasta, pero el Tiempo perdura. El Tiempo es una torre, una mina inagotable; el Tiempo es monstruoso. El Tiempo es el héroe. Personajes humanos e inhumanos quedan clavados en el Tiempo como mariposas en una lámina: aunque las alas conserven el brillo, han olvidado el vuelo.

El Tiempo –como un elemento que puede ser sólido, líquido o gaseoso– tiene tres estados. En el presente es un flujo inasible. En el futuro es una bruma turbia. En el pasado es una sustancia sólida y vidriosa; entonces lo llamamos historia. Entonces no puede mostrarnos nada salvo nuestro rostro solemne; es un espejo traicionero que sólo refleja nuestras limitadas verdades. A tal punto forma parte del hombre que la objetividad es imposible; es tan neutral que parece hostil.
Algunos de estos relatos fueron escritos por quienes participaron en los hechos. Otros son reconstrucciones. Algunos pueden ser mitos que han pasado tanto tiempo por verdades que se aceptan como tales. Todos son fragmentarios.
El largo espejo del pasado está hecho añicos, y las astillas han sido pisoteadas. Antaño cubría todas las paredes de todos los palacios; ahora sólo quedan fragmentos, estos que sostienes en la mano.


Brian Aldiss, en la presentación de su libro "Galaxias como granos de arena".  (Editorial Plaza & Janés, edición de 1999. Páginas 17 y 18.)

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